A pesar de lo rígida que pudiera parecernos la sociedad del Antiguo Egipto, los egipcios de la época eran más liberales que muchos de nosotros cuando se trata de sexo, ya que tenían una sexualidad muy abierta y de gran importancia en la vida diaria. Además, la mujer gozaba de una posición más privilegiada que en otras culturas de la Antigüedad y más, de hecho, que en muchos países actuales. Veamos todo esto con más detalle.
Sexo, vida y religión
Para los egipcios de la Antigüedad, como para muchas otras culturas contemporáneas, el sexo era considerado una parte natural de la vida y no un tema tabú. De hecho, su importancia era tal que formaba parte del imaginario religioso de este pueblo.
Un ejemplo de ello era la creencia en que el dios Atum, «El que existe por sí mismo», tras surgir de la nada se masturbó y de su semen nacieron los dioses que le ayudarían a crear el universo y regir sobre todas sus criaturas.
Pero no solo los dioses. ¡También el mismo Nilo! En efecto, el río más importante para esta civilización era considera parte de la eyaculación de Atum. Y por ello todos los años el faraón organizaba una ceremonia en la que, personalmente, iba a la orilla del Nilo a masturbarse y eyacular sobre sus aguas.
Y eso no es todo. También estaban las orgías religiosas en nombre de la diosa felina Sejmet Bastet, diosa de la fuerza y el poder, la guerra y la vengaza, pero también de la curación. Durante estas fiestas la música, el baile, la bebida y el sexo eran los protagonistas como un tributo a la divinidad. Algo muy similar bacanales que griegos y romanos hacían en honor al dios Baco o Dionisio.
El papel de la mujer en el Antiguo Egipto
En el Antiguo Egipto, el papel del hombre era el de gobernar, luchar y gestionar la granja y dirigir la familia, mientras que el de la mujer era cocinar, cocer y gestionar el hogar. Pero fuera de las ocupaciones, la mujer era considerada igual al hombre en todos los sentidos. De hecho, gozaba de los mismos derechos que él, pues estos estaban determinados por su clase social, no por su sexo.
Prueba de ello es que las mujeres tenía derecho a administrar sus propios bienes y disponer de ellos como quisieran, sin supervisión masculina. Podía comprar, vender, asociarse, dejar testamentos, adoptar hijos, etc., en la misma medida que el hombre. También podían casarse con quien desearan y divorciarse con la misma libertad. Y la herencia de sus bienes era fundamentalmente por línea materna.
Pero hay más. Y es que la mujer en el Antiguo Egipto, a diferencia de en otras culturas contemporáneas, gozaba de un gran respeto a nivel social y hasta religioso. Por esa razón es que todavía llegan a nuestros oídos los nombres de faraonas tan célebres como Nefertiti, Neferusobek, Hatshepsut, Tausert, Nitocris, Meritneith, Jentkaus I y II, y, por supuesto, la reinas ptolemaicas: Berenice, Arsinoe y Cleopatra.
En cuanto a su importancia religiosa, cabe decir que había muchas sacerdotisas en diversas sectas, como la de los sacerdotes de Isis, entre los que había tanto hombres como mujeres. Y las «esposas del Dios» (el título religioso de mayor prestigio para una mujer) llegaron a tener el mismo poder que un rey, como es el ejemplo de la ya mencionada faraona Hatshepsut.
Y no podemos olvidarnos de que el panteón egipcio estaba lleno de diosas y deidades femeninas, algunas tan importantes como Bastet, Isis, Amonet, Anuket, Hatmehyt, Iusaaset, Hemsut, Qebehut, Maat, Heket, Meheturet, Neftis y Uadyet.
Matrimonio e infidelidad
Para terminar, quiero hablarte de otros dos puntos importantes: el matrimonio y la infidelidad.
Lo primero es que, en el Antiguo Egipto, el matrimonio tenía lugar a edades muy tempranas, generalmente a los 14 años para las mujeres y los 17 años para los hombres, y se hacía más que nada con fines reproductivos. Tanto así, que bastaba con vivir juntos y tener un contrato sobre la crianza y custodia de los hijos. Y el sexo prematrimonial no era considerado nada indecoroso, sino todo lo contrario.
La infidelidad, por otro lado, era un asunto más trillado. Mientras que los hombres ricos podían tener una esposa y muchas amantes, siempre y cuando respetara la posición de su esposa en la familia, sí se consideraba infidelidad que una casada hiciera lo mismo y, en ese caso, el marido tenía derecho a maltratarla. Sin embargo, una mujer soltera podía tener varias parejas sin que nadie la juzgara.
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