Para comenzar quiero dejar bien claro qué cosa es la pornografía: es la representación explicita del acto sexual. ¿Estamos de acuerdo?
Pues muy bien, actualmente donde más está representado este género es en el cine, y tiene varios sub-géneros, según su grado de intensidad y contenido, desde el softcore (suave) hasta las modalidades más agresivas como son el hardcore (porno duro) y el snuff (relacionado con la muerte).
Un poco de historia al respecto
La pornografía no es algo reciente en la sociedad humana. Desde que el ser humano aprendió a representar las distintas temáticas relacionadas con su vida en los más disímiles formatos, dígase cavernas, madera, papel, lienzo, piedra o los más modernos, como es el audiovisual en todas sus variaciones, la pornografía ha formado parte de nuestra vida, con mayor o menor grado de aceptación, limitantes o prohibiciones al respecto.
Casi ninguna civilización antigua tenía problemas con las representaciones gráficas pornográficas. Tenemos como ejemplo a los romanos, que decoraban sus salones de fiestas con las imágenes sexuales más desaforadas.
También en la India era algo perfectamente normal, y muchos templos estaban cubiertos de arriba debajo de conjuntos escultóricos cuyo tema era el sexo explicitito, además de legarnos ese monumento a la sexualidad que es el Kama Sutra. Y del lejano Oriente tenemos a los chinos y japoneses, también con un fino legado literario y gráfico sobre el tema.
Pero… ¿Cuándo la pornografía pasó a ser un tema tabú para los seres humanos?
Pornografía censurada: ¿desde cuándo?
La pornografía comenzó a ser mal vista cuando el cristianismo se lanzó a su expansión por todo el mundo. La moral judeocristiana no era compatible con los desenfrenos sexuales de las culturas antiguas, sobre todo porque estas prácticas tenían una muy fuerte connotación religiosa. Y eso tenía que ser erradicado.
Esta postura en contra de la sexualidad abierta y su representación explícita se asentó en la Edad Media, cuando el celibato pasó de ser una opción más de entre muchas otras normas de conducta, a convertirse en un símbolo de virtud por excelencia.
Esta batalla por imponer la austeridad sexual como norma de conducta en la sociedad civilizada fue ganando batalla y terreno hasta llegar a su época de mayor rigor, la Época Victoriana, cuyos códigos éticos sobre moralidad y comportamiento sexual austero aún rigen nuestra visión moderna sobre lo que es correcto, aceptable y ético, y lo que no lo es.
Flexibilización: reaparece la pornografía en escena
En realidad la pornografía nunca dejó de ser parte de nuestra vida, solo que de ser algo disfrutado abiertamente y sin prejuicios pasó a ser un producto clandestino, distribuido en forma de contrabando, y algo propio de personas de baja educación y pervertidos, por decirlo de algún modo.
Mucha literatura, no erótica sino abiertamente pornográfica, se hizo de la edad media a nuestros tiempos: El Decamerón de Boccaccio, el anónimo Las Mil y Una Noches y Las 120 Jornadas de Sodoma del Marques de Sade son un buen ejemplo de ello. También mucha pintura y fotográfia.
Pero llegó el cinematógrafo de los hermanos Lumière en 1895, y un año después aparece la primera película pornográfica de la historia: Le Coucher de la Mariée, en 1896. Este fue el inicio de la pornografía contemporánea, cuyo verdadero auge comenzó a partir de los años 70 con la llamada Era Dorada de la Pornografía.
Pornografía: ¿por qué no verla?
Hasta aquí te he hablado un poco de la historia del género. Ahora vamos a entrar en el quid de la cuestión que nos ocupa en este post.
Por qué dejar de ver pornografía.
Muy bien, para empezar te diré que los motivos no parten de elementos de tal o más cuál código moral, sino de particularidades de nuestras propias características como ente social moderno.
Es una realidad que cada vez nos volvemos más fríos, materialistas, y adictos al consumo artificial de sucedáneos de las experiencias placenteras que, debido al estrés de la vida actual, cada vez tenemos menos tiempo para buscar. Llegaste muy cansado del trabajo, tu pareja vive en el otro extremo de la ciudad, tener sexo esa noche se vuelve casi un imposible… solución: ver una peli porno.
Eso como alternativa aislada no debería representar ningún problema. Pero en una sociedad regida por las leyes de consumo compulsivas, también esta forma de sexualidad exprés es un producto pensado para convertirse en un vicio adictivo, y entonces… ¿Dónde queda lo real, lo palpable? ¿Compensa realmente?
Mi opinión es que no. No nos engañemos, seguimos viviendo bajo los códigos de conducta ética fijados por la moral Victoriana, y para bien o para mal estamos marcados por ellos desde niños. La mayoría de las personas, incluso de forma inconsciente, no ven el consumo de pornografía como una alternativa casual a la carencia de sexo, sino como una forma silenciosa de oponerse a las normas de represión sexual que aún existen.
Y es que el consumo de pornografía de forma compulsiva es una clara manifestación de angustia sexual, provocada por la represión sexual. Socialmente nos abarrotan de discursos sobre la excelencia de una moral sexual “políticamente correcta”, sin embargo, al mismo tiempo, nos inundan de productos para explotar nuestra libido reprimida, erotizando el cerebro y desvirtuando el acto sexual como la máxima expresión del amor.
Esto nos acarrea infinidad de trastornos a corto plazo, como una profunda insatisfacción con las manifestaciones sexuales cotidianas con una pareja de carne y hueso. Nos convencen de que las pelis porno son cien por ciento reales, sin montajes ni trucaje, y luego cuando tenemos a una persona de carne y hueso delante de nosotros, las comparaciones son inevitables. Como igual es inevitable que salga perdiendo la persona real al no poder competir con un producto de ficción idealizado.
La pornografía en las antiguas culturas se trataba de representar los encantos y delicias de las relaciones sexuales. En la actualidad, tristemente, se ha convertido en el más elaborado producto de ficción que, lejos de contribuir a nuestro goce y disfrute, explota nuestras frustraciones y complejos, y cada vez nos aleja más del pleno goce de una sexualidad bien enfocada y con personas de carne y hueso.
Así que no lo dudes. Deja de ver porno. No es necesario ni siquiera que lo utilices como material didáctico porque, seriamente hablando, es casi nada lo que puedes aprender ahí que sea aplicable en la vida real.
El sexo no se aprende de un manual o de una guía de movimientos acrobáticos, se aprende practicándolo, con plena sinceridad y libre de prejuicios y tabúes.
El sexo tampoco es un producto enlatado de consumo rápido, es una de las experiencias más placenteras y maravillosas de las que puedes disfrutar como ser humano. Así que no lo desperdicies prefiriendo en su lugar la frialdad de un montaje en el que ni siquiera participas.
Sé pleno. Sé feliz. Apuesta siempre por lo real.
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